El funcionamiento de un seguro de vida es relativamente sencillo: tú pagas una prima periódica a una compañía de seguros, y en caso de tu fallecimiento, la compañía paga una suma acordada a las personas que tú designes como beneficiarios.

Esta suma puede utilizarse para cubrir necesidades inmediatas después de tu partida, como gastos funerarios y deudas pendientes, así como para proveer un sustento a largo plazo.

El seguro de vida puede ser de dos tipos:

Seguro de vida temporal: Proporciona cobertura durante un período específico, por ejemplo, 20 años. Si el asegurado fallece dentro de este período, los beneficiarios reciben el pago; si no, la póliza expira sin valor residual (cantidad estimada que un bien, como un vehículo, tendrá al final de su vida útil o al concluir la póliza).

Seguro de vida permanente: A diferencia del temporal, no expira y generalmente incluye un componente de ahorro, que acumula valor en efectivo a lo largo del tiempo. Este tipo de póliza de vida puede ser más costoso, pero ofrece cobertura de por vida y la capacidad de acumular capital que puede ser utilizado como parte de una estrategia financiera integral.

Además, algunos seguros de vida ofrecen beneficios adicionales como beneficios por muerte accidental, indemnización por enfermedad crítica y más, lo que los convierte en una herramienta aún más valiosa dentro de tu plan de vida.